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Colombia Valle del Cocora al atardecer
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José Fajardo

El sabor del Eje Cafetero

Exequiel Schvartz/Shutterstock.com

Colombia tiene selvas, montañas y playas increíbles. Sin embargo si tuviera que escoger una sola imagen que describa este país tan diverso sería sin duda la de las majestuosas palmas de cera del Valle de Cocora en el corazón del Eje Cafetero, unas palmeras que trepan como lianas hasta el cielo y han sido reconocidas como el árbol nacional colombiano.

Hasta que visité este lugar en el departamento del Quindío, en el interior del país, siempre había relacionado las palmeras con la cercanía al mar. En este lugar crecen a 2.000 metros en un ambiente marcado por la lluvia fina que alimenta los pastos verdes de la cordillera central andina. Es una escena extraterrestre pasear entre árboles infinitos que parecen lágrimas de las nubes que se precipitan sobre grupitos de vacas. Es demasiado bello.

Hay muchas formas de conocer el Eje Cafetero, el segundo destino turístico de Colombia tras Cartagena de Indias. Es una de las zonas más seguras del país, cuenta con carreteras fiables (algo inusual, por desgracia) y aeropuertos en Manizales, Pereira y Armenia. Este paisaje cultural protegido integra los departamentos de Risaralda, Quindío y Caldas, además de nueve municipios al norte del Valle del Cauca.

Eje Cafetero es el segundo destino turístico de Colombia tras Cartagena de Indias

Una tierra en la que todo prende

La historia de esta región es la de un pueblo trabajador que ganó la batalla a la geografía desarrollando una agricultura de ladera: plantaciones de café junto a productos como el plátano, el aguacate, los cítricos y el bambú. Nada más llegar resalta la amabilidad de una gente sencilla y orgullosa que usa la coletilla «bien pueda» con un acento paisa (cantadito, dicen allá) para invitar al visitante.

Colombia Eje Cafetero Hombre a Caballo

John Crux/Shutterstock.com

Si no se dispone de mucho tiempo hay rutas a partir de tres o cuatro días para conocer los puntos imprescindibles, aunque lo ideal es relajarse al menos un fin de semana en una de sus confortables haciendas. Son casonas de campo que ofrecen una mezcla entre el turismo de naturaleza y el lujo: se pueden dar paseos a caballo, acompañar a los cafeteros por las siembras para aprender su oficio (en algunos lugares te ponen el poncho y el sombrero aguadeño típico para que vivas la experiencia real) o relajarse en sus piscinas y leer un libro dormitando en una hamaca en sus patios al aire libre desde los que se ven los valles y montañas y algún pavo real correteando. En las noches de luna llena hay fincas que organizan conciertos de música tradicional (llamada de despecho o guasca) y actividades frente a las ascuas de una chimenea de piedra.

Hay que ir bien preparado con chubasquero y un calzado adecuado para las habituales lluvias.

La temperatura es agradable, durante todo el año oscila entre los 16 y los 28 grados pero desciende según subes de altitud (en las caminatas al amanecer y por la noche es imprescindible una chaqueta), además hay que ir bien preparado con chubasquero y un calzado adecuado para las habituales lluvias. Esta es una de las pocas regiones del mundo, por su proximidad al trópico, donde el café se produce todo el año. «Acá usted tira al suelo una semilla y crece sola. En esta tierra todo prende», dicen con orgullo los lugareños.

Colibríes, orquídeas, termales… y ranas venenosas

No ha sido fácil seleccionar mis lugares favoritos del Eje Cafetero, aquellos que recomendaría a quien vaya a ir solo una vez en su vida. Uno fuera de lo habitual es el santuario de fauna y flora Otún Quimbaya, una reserva natural en Risaralda donde se puede hacer senderismo siguiendo la cuenca alta del río Otún y, con suerte, descubrir su fauna (desde monos aulladores hasta tigrillos y pumas) y disfrutar de su exuberante flora.

Cerca de allí, en el mismo departamento, están los termales de Santa Rosa del Cabal. Es un plan demasiado popular entre las familias y grupos de jóvenes locales, los viernes y sábados puede ser insoportable por la concentración de gente que se reúne en bañador para comer chorizos y chicharrones (torreznos) o beber aguardiente a sorbitos. Pero ir entre semana vale la pena para relajarte en su piscina de agua caliente y de ahí saltar a las impresionantes cascadas que caen heladas desde el pico de las montañas.

Colombia Hacienda Eje Cafetero

Danaan/Shutterstock.com

En los últimos años Colombia se ha posicionado como una de las capitales del turismo de aves. No es casualidad: en el último certamen del Global Big Day se identificaron 1.465 especies, lo que le convierte en el país con mayor diversidad del mundo. La reserva de Río Blanco, cerca de Manizales (la capital de Caldas), es una parada obligada para los aficionados. Es una práctica que requiere de paciencia y un profundo amor por la naturaleza. El lugar es hermoso y cuenta con guías muy bien preparados.

También en las proximidades de Manizales está el recinto El Pensamiento, donde además de aves (entre ellas, colibríes) hay una colección fascinante de mariposas, bonsáis y orquídeas, la flor nacional de Colombia. El lugar ofrece actividades de senderismo por sus bosques e incluso lo que denominan «un ritual del café». En toda esta región cualquier propuesta relacionada con el café es un arte, desde la preparación hasta la forma de beberlo (¡nunca con azúcar!).

La reserva de Río Blanco, cerca de Manizales, es una parada obligada para los aficionados a las aves.

No conocía el herping, el avistamiento de serpientes, lagartos y anfibios que incluye ranas venenosas y de colores imposibles, el auténtico santo grial de los entendidos. Para el que no sea experto es en realidad una excusa para pasar unas horas en la naturaleza entre ríos, cascadas y bosques. En mi caso fui a la reserva El Cairo y me gustó la labor de sensibilización hacia estos animales que a veces sólo identificamos como un peligro.

El lugar está en Quindío, cerca del Valle de Cocora. Ya he hablado de la magnificencia de este paraje, uno de los más especiales que haya conocido jamás. Vale la pena invertir al menos un día para recorrerlo con calma y, si se dispone de más tiempo, plantear un ascenso al Nevado del Ruiz, uno de los volcanes activos que quedan en Colombia, que está relativamente cerca. Es una aventura exigente así que está la opción de subir sólo algún tramo de sus más de 5.000 metros sobre el nivel del mar.

Colombia Salento

Daniel Mejia Novoa/Shutterstock.com

Dejo para el final otro de mis sitios favoritos del Eje Cafetero: Salento y sus casas con puertas de colores, el espectacular mirador Alto de la Cruz al que se llega por unas escaleras y todas esas tienditas alrededor de la plaza en las que se pueden degustar cafés de infinitas variedades, desde granizados hasta con zumo de mandarina. Hay épocas en que está demasiado concurrida pero es una parada obligatoria.

Pequeños pueblos donde se ha conservado la arquitectura y la población se esfuerza en mantener sus tradiciones.

Existen otros pueblitos típicos menos populares como Pijao y Filandia. Son lugares mágicos que parecen anclados en el tiempo, donde se ha conservado la arquitectura y la población se esfuerza en mantener sus tradiciones: el cultivo del café o la cestería con bejuco, un material que recolectan en los bosques y que sirve para elaborar canastos y otras artesanías. Un lugar conquistó mi corazón: se llama Sevilla y está en el Valle del Cauca, aún dentro de la ruta cafetera. Allá vive una comunidad bohemia de artistas pero siento que esa historia merece otro espacio.

Son tantos los lugares mágicos del Eje Cafetero que estos son sólo algunos de mis favoritos (por suerte, todavía me quedan muchos por conocer). Lo que más disfruto allá es en realidad la naturaleza y su gente. Dicen que el sabor del café tradicional conserva el espíritu de cada saga familiar y se enriquece de generación en generación. El café que yo he probado en estas tierras sabe a un pueblo cálido y sabroso con un corazón tan grande que se desborda por sus montañas y valles.

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